Mientras llegamos a la última etapa de la dictadura franquista, se
impone una reflexión retrospectiva y útil: unos afirman que Francisco Franco
fue providencial para España, y otros afirman que fue lo peor que pudo pasar.
En mi opinión, Franco fue una desgracia; pero también creo que en la España
emputecida, violenta e infame de 1936-39 no había ninguna posibilidad de que
surgiera una democracia real; y que si hubiera ganado el otro bando –o los más
fuertes y disciplinados del otro bando–, probablemente el resultado habría sido
también una dictadura, pero comunista o de izquierdas y con idéntica intención
de exterminar al adversario y eliminar la democracia liberal, que de hecho
estaba contra las cuerdas a tales alturas del desparrame.
Para eso, aparte los testimonios de primera mano –mi padre y mi tío
Lorenzo lucharon por la República, este último en varias de las batallas más
duras, siendo herido de bala en combate– me acojo menos a un historiador
profranquista como Stanley Payne (En la España de 1936 no había ninguna
posibilidad de que surgiera una democracia utópica), que a un testigo directo
honrado, inteligente y de izquierdas como Chaves Nogales (El futuro dictador de
España va a salir de un lado u otro de las trincheras).
Y es que, a la hora de enjuiciar esa parte de nuestro siglo XX,
conviene arrimarse a todas las fuentes posibles, libros y testimonios directos;
no para ser equidistantes, pues cada uno está donde cree que debe estar, sino
para ser ecuánimes a la hora de documentarse y debatir, en lugar de reducirlo
todo a etiquetas baratas manejadas por golfos, populistas, simples y
analfabetos. Que no siempre son sinónimos, pero a veces sí.
Y es en ese plano, en mi opinión, donde debe situarse la aproximación
intelectual, no visceral, a las tres etapas del franquismo, del que ya hemos
referido las dos primeras –represión criminal sistemática y tímidos comienzos
de apertura– para entrar hoy en la tercera y última. Me refiero a la etapa
final, caracterizada por un cambio inevitable en el que actuaron muchos y
complejos factores.
Llegando ya los años 70, el régimen franquista no había podido
sustraerse, aunque muy en contra de su voluntad, a una evolución natural hacia
formas más civilizadas; y a eso había que añadir algunas leyes y disposiciones
importantes. La Ley de Sucesión ya establecía que el futuro de España sería un
retorno a la monarquía como forma de gobierno –a Franco y su gente, pero
también a otros españoles que eran honrados, la palabra república les daba
urticaria–, y para eso se procedió a educar desde niño a Juan Carlos de Borbón,
nieto del exiliado Alfonso XIII, a fin de que bajo la cobertura monárquica
diera continuidad y normalidad internacional homologable al régimen franquista.
Aparte los esfuerzos de desarrollo industrial, logrados a medias y no
en todas partes, hubo otras dos leyes cuya importancia debe ser subrayada, pues
tendrían un peso notable en el nivel cultural y la calidad de vida de los
españoles: la Ley General de Educación de 1970, que –aunque imperfecta, sesgada
y miserablemente tardía– amplió la escolarización obligatoria hasta los 14
años, y la Ley de Bases de la Seguridad Social de 1963, que no nos puso por
completo donde lo exigía una sociedad moderna, pero garantizó asistencia
médica, hospitales y pensiones de jubilación a los españoles, dando pie a una
cobertura social, estupenda con el tiempo, de la que todavía nos beneficiamos
en 2017 (y que los irresponsables y trincones gobiernos de las últimas décadas,
sin distinción de color, hacen todo lo posible por cargarse).
Por lo demás, el crecimiento económico y los avatares de esta etapa
final –turismo, industria, vivienda, televisión, Seat 600, corrupción,
emigración– se vieron muy alterados por la crisis del petróleo de 1973, fecha
en la que el aparato franquista estaba ya dividido en dos: de una parte los
continuistas duros (el Bunker) y de la otra los partidarios de democratizar
algo el régimen y salvar los muebles.
Con un mundo agitado por vientos de libertad, cuando las colonias
extranjeras ganaban su independencia y caían las dictaduras de Portugal y
Grecia, España no podía quedar al margen.
La oposición política tomó fuerza, tanto dentro como en el exilio; en
el interior se intensificaron las huelgas obreras y estudiantiles, los
nacionalismos volvieron a levantar la cabeza, y el Régimen –en manos todavía
del Búnker– aumentó la represión, creó el Tribunal de Orden Público y la
Brigada Político-Social, y se esforzó en machacar a quienes exigían democracia
y libertad.
Y así, aunque dando aún bestiales coletazos, la España de Franco se
acercaba a su fin.
[Continuará].
Arturo Pérez Reverte
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